XAVIER BATALLA - 12-11-2005 - LA VANGUARDIA
Hace cuatro años, cuando el talibán estaba a punto de perder el norte (de Afganistán), las caras largas desaparecieron del Pentágono. Un mes después, Fareed Zakaria, autor de El futuro de la libertad (Taurus, 2003), escribía en Newsweek: "Estados Unidos cierra el año 2001 más poderoso que cuando comenzó. En tres meses ha derrocado a un gobierno situado a 11.000 kilómetros, en uno de los más inhóspitos territorios del planeta - las montañas y cuevas de Afganistán- y ha derrotado a las tribus que hicieron retroceder a los imperios británico y ruso. Y esto lo ha logrado desde el aire y casi sin sufrir bajas. Ningún otro país en la historia ha hecho esto". No era Kipling, pero parecía intentarlo.
Cuatro años después, con Afganistán e Iraq aún dando guerra, las caras largas han vuelto al Pentágono. Los soldados estadounidenses muertos en Iraq son ya 2.057 (hasta el 8 de noviembre) y el Tribunal Supremo ha anunciado que revisará el caso de Salim Ahmed Hamdan, chófer y guardaespaldas de Osama Bin Laden, que presentó un recurso para evitar ser juzgado por un tribunal militar. El Supremo se pronunciará sobre si el presidente Bush tiene el poder para crear los tribunales militares especiales que juzguen a los detenidos en Guantánamo por crímenes de guerra.
¿Qué ha pasado con la estrategia de la Administración Bush por la primacía global? Ralph Peters, estratega militar y antiguo oficial de la inteligencia del Ejército, ha escrito un libro, New glory: expanding America´s global supremacy (Sentinel, 2005), en el que trata de dar con los culpables de que las cosas no vayan como se prometió en el laboratorio. Peters parte de la base de que Estados Unidos, moral y estratégicamente, tiene derecho a expandir su influencia. Es decir, no es sospechoso, pero proporciona más de una sorpresa.
La lista negra de Peters no tiene desperdicio. Incluye a los franceses ( "¿Quién habla hoy francés, si se exceptúa a camareros y dictadores?"), a los periodistas de The New York Times y New Yorker, y a los analistas de Rand Corporation, un think tank (laboratorio de ideas) que, a instancias del Ejército del Aire estadounidense, nació poco después de la Segunda Guerra Mundial. La presencia de franceses y periodistas en la lista ya no debe sorprender a nadie, pero la inclusión de Rand puede chocar. Pete Seeger le dedicó en los años sesenta una canción protesta, The Rand hymn, que decía así: "La organización Rand es la bendición de la Tierra / Les pagan por estar todo el día pensando / Se sientan a jugar a juegos donde todo termina ardiendo / Como peones y fichas, nos utilizan a ti y a mí...".
El objetivo de Peters es Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono. Las diatribas más duras están dedicadas a él y a sus aliados neoconservadores. "Convencidos de que ellos eran más listos en cuestiones militares que aquellos que han dedicado sus vidas al uniforme, los ‘rumycratas’ han humillado a generales y a coroneles", ha escrito. Y con Peters los adjetivos se convierten en armas de destrucción masiva. Para el antiguo general, el equipo de Rumsfeld es un grupo de ‘notorios matones’. "Nuestras políticas han matado a nuestros soldados tanto, seguramente, como los terroristas y los insurgentes", dice Peters.
Stephen M. Walt puede que no tenga tanta puntería como Peters, por lo que ha elegido un objetivo más grande. En su último libro, Taming american power: the global response to US primacy (Norton, 2005), Walt dice que que la posición estadounidense en el mundo ha retrocedido en los últimos cuatro años, y por eso critica la estrategia de Washington. Peters culpa a la ciega confianza del Pentágono en la alta tecnología y en las empresas de defensa. Walt, profesor en la Kennedy School de la Universidad de Harvard, dice que Bush ha aplicado una estrategia hegemónica de manera nada sabia. Y el resultado es que "el unilateralismo de la guerra preventiva ha asustado a los amigos sin disuadir a los enemigos".
¿Cómo puede Washington rectificar, si es que quiere? Peters apuesta por dejar la guerra a los militares. Walt, realista, propone que se suspenda la ayuda económica y militar a Israel a menos que "se retire de prácticamente todos los territorios ocupados en 1967 a cambio de la paz". Que Walt, miembro de la corriente principal, ponga en entredicho las relaciones entre Estados Unidos e Israel, al que califica de ‘aliado que no coopera’ parece indicar que en Washington ya no están tan seguros de que la hiperpotencia sea más poderosa ahora que cuando aplastó al talibán. El chófer ha sido capturado, pero no Bin Laden, que esta semana ha golpeado en Jordania, la casa del monarca árabe más proestadounidense.
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