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         118 CUARTO ANIVERSARIO DEL 11-S


Del fervor patriótico del 11-S a las dos Américas del huracán 'Katrina'

CARLOS FRESNEDA - 11-09-2005 - EL MUNDO

¿Por qué EE. UU. dejó escapar a Bin Laden cuando lo tenía cercado en Tora Bora en noviembre y parte de diciembre del año 2001?

NUEVA ORLEANS.- Tras los atentados del 11-S, los americanos cerraron filas en torno al comandante en jefe y proclamaron aquello de «una sola nación, indivisible, bajo Dios». Cuatro años después, el huracán Katrina ha abierto en canal al país más poderoso del planeta y ha desenterrado las eternas rencillas entre las dos Américas.


Una pancarta lanza la pregunta de si las víctimas del Katrina valen menos que las del 11-S (AP Photo/David Zalubowski)

Días después de que los aviones suicidas se estrellaran contra las Torres Gemelas, la popularidad de George W. Bush se disparaba al 90%. Tras la barrida del huracán, el presidente ha quedado en evidencia y a estas alturas planea por debajo del mínimo histórico del 40%.

Hace cuatro años, Bush supo sacar provecho de la ira colectiva contra el enemigo común. Ahora, sin más culpable que la propia naturaleza, los dedos acusadores apuntan contra la Casa Blanca por la falta de previsión ante el tsunami americano que nadie quiso ver.

«Hay una gran diferencia entre una y otra tragedia, y es que entonces existía un rostro reconocible para canalizar el dolor y el odio que sentían los americanos», explica Andrew Kohut, director del Pew Center for the People and the Press. Después de una catástrofe, la gente busca desesperadamente alguien a quien culpar, y dos tercios de los norteamericanos están convencidos de que el presidente pudo hacer más por acelerar el rescate de los supervivientes en los momentos críticos.

Pero la división del país va mucho más allá del termómetro de la popularidad de Bush. El Katrina ha recordado el abismo que aún existe entre el norte y el sur y ha hecho aflorar a la superficie toda la miseria escondida bajo la alfombra del sueño americano.La lacerante desigualdad social y los brotes de racismo han quedado más patentes que nunca en las escenas tercermundistas que siguieron al huracán. La solidaridad internacional tras los atentados contra Nueva York («Todos somos americanos») contrasta con la estupefacción mundial por las imágenes patéticas que llegaban de Nueva Orleans, con el 28% de su población sumergida bajo la línea de la pobreza, antes de que se desbordara el lago Pontchartrain.

Los ricos pudieron huir a tiempo; los pobres, los desahuciados y los ignorantes (y también los turistas) quedaron atrapados durante días en el cenagal. Un temporal de acusaciones y reproches cayó sobre Washington, mientras los supervivientes, hacinados como animales, esperaban la ayuda que no llegaba. El «estoy cabreadísimo» del alcalde negro, Ray Nagin, se ha convertido en el grito unánime de desesperación de la América marginada y olvidada.

Bush intentó enmendar ayer la plana, explotando de nuevo la tragedia del 11-S con fines políticos, pero el daño es ya casi tan irreparable como el que sufre la propia Nueva Orleans, anegada en el 60% de su superficie.

«Hoy, América hace frente a otro desastre que ha causado la destrucción y la pérdida de vidas», dijo ayer el presidente en su discurso radiofónico de los sábados, con su elocuencia habitual. «Esta vez, la devastación no ha sido causada por la malicia del hombre, sino por la furia del viento y del agua». Bush quiso ofrecer también una dosis de esperanza. «América superará esta catástrofe.Será más fuerte tras ella», dijo el presidente.

Sin embargo, las aguas negras acechan a la Casa Blanca. Bush está peligrosamente empantanado en la tormenta política que siguió al huracán. La fulminante destitución por negligencia de Michael Brown, el director de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA), se interpreta a estas alturas como un intento desesperado de achicar el agua tarde y mal. El 67% de los americanos piensa que el presidente pudo hacer más por acelerar las operaciones de rescate tras el Katrina, y la mayoría opina que Bush sobrevoló por encima de la tragedia.

«Bush y los republicanos no aprendieron la dolorosa lección del 11-S», replicó ayer el demócrata Bennie Thompson, desde la costa de Misisipí. «Lo cierto es que el país no estaba preparado para una nueva catástrofe, y las víctimas del Katrina están pagando por ello».

Tras el 11-S, los demócratas firmaron una tregua y arroparon al presidente en la «guerra contra el terror». Ahora, la oposición lanza su dedo acusador contra Bush y contra quienes le rodean, por haber permitido recortes multimillonarios en el presupuesto de Seguridad Interior que ha dejado totalmente desasistida a la población.

«Los recortes han afectado a la capacidad de rescate a nivel local, a las ayudas a nuestras comunidades y a nuestras familias», denunció ayer Bennie Thompson. «Lo que necesitamos es un plan de preparación ciudadana, un plan que atienda las necesidades de los más débiles, de los niños, de los ancianos, de los discapacitados, de manera que ninguna madre y ninguna abuela muera ahogada esperando una ayuda que no llega».

La ayuda está en camino, que diría Bush. Unos 52.000 millones de dólares para asistir al largo millón de desplazados por el huracán y para permitir que la zona costera del sur «recupere su vitalidad». Como cuando cayeron las Torres Gemelas, las autoridades se deshacen prometiendo construir algo «más grande y mejor».

«Cuatro años después del 11-S, los americanos recuerdan los miedos, la incertidumbre y la confusión de aquella terrible mañana».Palabra de Bush. «Pero sobre todo recordamos la resolución de nuestra nación para defender nuestra libertad, reconstruir una ciudad herida y ayudar a nuestros vecinos que lo necesitan».

Sobre Bush planea también estos días la estela de su propia madre, Barbara Bush, que se atrevió a insinuar que los refugiados del Astrodome de Houston viven ahora mejor que antes y expresó su preocupación por que se quedaran en Texas. «Sus comentarios fueron a título personal», corrigió el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan. Sin embargo, McClellan no ha podido explicar qué hacía Condoleezza Rice comprando zapatos en la Quinta Avenida mientras sus paisanos del sur luchaban por sobrevivir al huracán.

Al desdén aparente de los gobernantes hay que unir también los gestos preocupantes, como el de un congresista republicano que ha llegado a sugerir que lo mejor sería dejar inundada Nueva Orleans y reconstruirla en un lugar seguro (opinión compartida por el 54% de los americanos).

En el mismo sondeo, el 65% de los encuestados opina que el país va «en la dirección equivocada». Pese a las diferencias políticas, y tenga quien tenga la culpa de lo que ocurrió tras el Katrina, dos de cada tres americanos han donado dinero para las víctimas.Los americanos se están volcando en una proporción similar a la del 11-S.

«Después de los atentados de 2001, hubo un resurgimiento del sentido patriótico, como si todos fuéramos en el mismo bote», declara a la agencia AP el psicólogo Stanley Renshon, profesor de la City University de Nueva York. «Hace cuatro años, lo que estaba en juego era la reacción del presidente ante el mayor ataque sufrido en suelo americano desde Pearl Harbour», añade Renshon. «Lo que está ahora sobre el tapete es cómo reaccionan todas las esferas del Gobierno ante una emergencia».

«Entonces podíamos apuntar hacia Osama bin Laden, y ahora no», concluye Daniel Laufer, profesor de la Universidad de Cincinatti y estudioso de la respuesta humana a las catástrofes. «La gente no está dispuesta a culpar a la Madre Naturaleza».





 









Dos bomberos de Nueva York se abrazan durante una misa en honor a sus compañeros caídos el 11 de septiembre
(Carlos Barria/Reuters)