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         179 QUINTO ANNIVERSARIO DEL 11-S


Las víctimas olvidadas del 11 de Septiembre

 

10-09-2006 - EL MUNDO - CARLOS FRESNEDA

Un total de 8.000 trabajadores con problemas de salud han demandado a las autoridades de EEUU por mentir sobre la nube tóxica del 11-S. Aseguran que nadie les advirtió de los riesgos reales que conllevaba estar en los alrededores de la 'zona cero' después del ataque a las Torres Gemelas. Según los expertos, el atentado fue «el equivalente a docenas de factorías de amianto, varias plantas incineradoras y un volcán»
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal


Bomberos entre las ruinas de las torres gemelas.
(AP Photo/Stan Honda, Pool)

NUEVA YORK.- La hermana Cindy Mahoney salió rauda del convento, se metió en una ambulancia y enfiló hacia las Torres Gemelas cuando aún estaban en pie. Ayudó a sacar a los últimos supervivientes y rescató cadáveres calcinados. Pasó la noche entre las ruinas humeantes y allí se quedó durante seis meses, irradiando energía y jovialidad entre los voluntarios de la Cruz Roja. Los medios la bautizaron como el ángel de la Zona Cero.

Cinco años después, a los 54, la hermana Cindy Mahoney agoniza en un hospicio de Carolina del Sur, afectada de asma, obstrucción pulmonar crónica y reflujo gastroesofágico. No puede hablar y sigue viva gracias a un respirador artificial. Los médicos aseguran que le quedan días o semanas. Su amigo, el Padre Scotty, le acaba de dar la extrema unción.

Pero la hermana Mahoney no quiere dejar este mundo en vano y ha elegido un albacea, David Worby, para que su autopsia pueda ser usada como prueba irrefutable: la nube tóxica del 11-S era letal.

«La gente está muriendo por el aire envenenado de la Zona Cero», asegura David Worby, el abogado que representa a 8.000 trabajadores en el pleito legal colectivo contra las autoridades locales y federales. «Llevamos tres años diciéndolo, reclamando asistencia sanitaria y compensaciones para los 40.000 trabajadores que estuvieron expuestos a la nube tóxica y para los vecinos que volvieron antes de tiempo. Pero el Gobierno y el Ayuntamiento no han hecho otra cosa más que mentir y dar la espalda a los afectados».

A los tres días del 11-S, la Agencia de Protección Ambiental (EPA) estipuló que el aire del Bajo Manhattan era «seguro para respirar». Meses después, la inspectora general de la EPA, Nikki Tinsley, reconoció que no existían suficientes datos para certificar el regreso «seguro» a la Zona Cero.

Como en el caso del cambio climático, las recomendaciones de la EPA fueron retocadas por el Consejo de Calidad Ambiental de la Casa Blanca, acusado ahora de minimizar los riesgos de la nube tóxica para poder reabrir cuanto antes el distrito financiero.

Expertos como el doctor Thomas Cahill, de la Universidad de California, dicen que el polvo resultante de la caída de las Torres Gemelas fue una amenaza persistente para la salud en un radio de kilómetro y medio durante más de un mes tras los ataques. En palabras de la doctora Marjorie Clark, «el 11-S fue el equivalente a docenas de factorías de amianto, varias plantas incineradoras y un volcán».

El abogado David Worby asegura que puede documentar al menos 23 muertes de trabajadores por exposición directa al polvo del World Trade Center. Entre ellas, la del policía James Zadroga, 470 horas al pie de la Zona Cero, muerto a los 34 años por una enfermedad pulmonar, al igual que el bombero Félix Hernández, fallecido a los 31. Otro bombero, Timothy Keller, murió en junio a los 41 por una afección cardiovascular, agravada con un enfisema y una bronquitis crónica que le impedía subir las escaleras.

David Worby recuerda cuando la hermana Cindy Manhoney, el ángel de la Zona Cero, se desplomó en la puerta del Hospital Mount Sinaí, hace seis meses: «Ese día empezó su declive. Como tantos otros, estuvo arrastrando las dolencias hasta que no pudo más.Como tantos otros, trabajó durante meses sin apenas protección, porque nadie le había advertido de los riesgos reales».

Ahora, cinco años después, el Hospital Mount Sinaí certifica que el 70% de los trabajadores de la Zona Cero han desarrollado «nuevas enfermedades respiratorias». De los 16.000 examinados, el 59% está todavía en tratamiento y el 28% sufre graves problemas pulmonares. Las neumonías se han disparado y los casos de amianto y cáncer de pulmón irán a más en los próximos años.

«No tiene por qué haber ya más dudas sobre los efectos en la salud del World Trade Center», ha asegurado el doctor Robin Herbert, en el momento de presentar el alarmante estudio. «Nuestros pacientes han inhalado sustancias altamente tóxicas y pueden sufrir las consecuencias el resto de sus días».

John Sferazo, herrero de profesión, 51 años, alcanzó el micrófono para contar su caso: «Llegué a la Zona Cero el 12 de septiembre y estuve buscando supervivientes. Los perros de la policía llegaban desgarrados y medio muertos. Nosotros acabábamos la jornada en estado de devastación total. Primero sufrí estrés postraumático, ansiedad, depresión. Los problemas respiratorios vinieron después y, finalmente, la sinusitis crónica».

Sferazo toma 26 medicamentos que le cuestan casi la mitad de su pensión, de 1.400 dólares (1.100 euros): «Lo que me ocurre es perfectamente verificable. Somos las otras víctimas del 11-S y necesitamos ayuda. No sé qué más pruebas necesita la Administración Bush para admitir que estamos ante un gran problema sanitario».

Le tomó la palabra John Feal, 39 años, experto en demoliciones, que perdió medio pie cuando le cayó una viga encima y ha pasado por 32 operaciones en estos cinco año: «Antes del 11-S tenía la salud de un roble y el buen humor de un payaso. Ahora soy un tipo solitario, con estrés postraumático, hernia de hiato, reflujo esofágico y el pulmón derecho totalmente averiado. Me dejaron fuera del Fondo de Compensación de las Víctimas; necesito que alguien me ayude».

Las mismas súplicas en español y amplificadas por los altavoces («¡Luchamos por nuestra salud!») las escuchamos esta semana en la esquina de Liberty y Church Street, a los pies de la Zona Cero. Decenas de inmigrantes hispanos sin papeles, trabajadores de la limpieza y víctimas invisibles de la nube tóxica, dieron la cara ese día para «demandar reparaciones».

«Nosotros somos los que hicimos el trabajo sucio y así nos lo agradecen», dice el ecuatoriano Iván Tablada, 34 años, afectado de bronquitis. «Como en Nueva Orleáns, acudimos los primeros y trabajamos en condiciones infames, siete días a la semana.Nuestros contratistas se esfumaron y nos dejaron sin seguro y sin protección».

Illiana Sánchez, colombiana de 38 años, exhibía la foto que certificaba las condiciones precarias en las que estuvo trabajando en un sótano junto a la Zona Cero: «Acá estuve cinco meses, sin más protección que un mono que nos daban y una mascarilla de papel, de ésas de a dólar que vendían en las esquinas y que no servían de nada. Ahora tengo problemas en los tiroides, jaquecas, alergias, insomnio... Estoy en un programa en el Hospital Bellevue, pero en diciembre se nos acaba la ayuda y no tenemos seguro médico».

Alberto Mela, de 47 años, también colombiano, muestra las erupciones en sus brazos y asegura tener síntomas de neumonía: «Todo empezó con la tos de la Zona Cero, a los 10 días de trabajar aquí. Al principio no le dimos importancia, porque decían que el aire era seguro. Pero en el polvo había amianto, plomo y fibras de vidrio».

Las víctimas olvidadas del 11-S son cada vez más visibles, gracias a la labor de asociaciones como Beyond Ground Zero (Más Allá de la Zona Cero) o la Organización Ambiental del World Trade Center, defendiendo los derechos de los habitantes del Bajo Manhattan.

Los vecinos tomaron la iniciativa y fueron los primeros en denunciar a la Agencia de Medio Ambiente en una demanda colectiva en marzo de 2004. Los denunciantes acusaron a la entonces directora de la EPA, Christine Todd Whitman, por su «indiferencia deliberada hacia la salud humana».

«Como resultado de las mentiras de la EPA, el Bajo Manhattan se reabrió antes de tiempo como una demostración de fuerza ante los terroristas», asegura Jenna Orkin, una de las fundadoras de la Organización Ambiental del World Trade Center. «Cuando los vecinos entramos en nuestras casas, aquello parecía Pompeya.Nosotros mismos tuvimos que remover toneladas de basura tóxica, sin que nadie nos advirtiera del riesgo», añade.

Como tantos otros vecinos de la Zona Cero, Jenna Orkin se pasó al activismo político: «¿Sabía Bush cuál era la calidad del aire en el Bajo Manhattan? Y si no lo sabía, es responsable por su política de no preguntar y no saber».

El hijo de Jenna Orkin estudiaba en el celebérrimo Stuyvesant High School. Según Orkin, la reapertura prematura del instituto, sin haber limpiado siquiera el sistema de ventilación, trajo el resultado que muchos se temían: el 60% del personal sufrió trastornos respiratorios. Los padres, entre tanto, denunciaron un alarmante aumento de los casos de asma, alergias, sinusitis y «bronquitis químicas».

Los padres de las escuelas del Bajo Manhattan han librado un pulso, en los últimos años, con el Departamento de Educación, para hacer un estudio de la población infantil y evaluar los riesgos a medio plazo. Pero el Ayuntamiento de Nueva York, acuciado por las prioridades económicas, ha relegado a segundo plano el impacto en la salud de vecinos.

El alcalde Michael Bloomberg reaccionó esta misma semana al estudio del Mount Sinaí con una frase para la posteridad: «No creo que se pueda decir específicamente que un problema particular es atribuible a este suceso particular». Aun así, anunció la creación de un Centro de Salud Ambiental del World Trade Center en el Hospital Bellevue, financiado con dinero público y con capacidad para atender a 6.000 pacientes.

Entre tanto, la senadora Hillary Clinton, que presionó para que el Gobierno destinara 52 millones de dólares (41 millones de euros) al tratamiento médico de los trabajadores de la Zona Cero, ha sacado partido a la polémica: «El aire después del 11-S era tan denso que no se podía casi ni ver, y no digamos respirar.Una vez más nuestro Gobierno no nos ha dicho la verdad».




 






Momento de la caída de la torre sur.
(AP Photo/Stan Honda, Pool)

 

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